Degradación
Al final, en un siglo o dos, el Titanic volverá a su estado natural, el de menor energía: un depósito de mineral de hierro. Esto no es nada glamuroso y algunos lo considerarán como una enorme tragedia, pero es no es así como lo ven una investigadora y un ingeniero. Es simplemente cuestión de química y gravedad.Pocas horas después de que la naturaleza reclamara el que había sido el símbolo del dominio humano sobre ella, las bacterias y otros organismos marinos reemplazaron al pasaje y a la tripulación del Titanic en su viaje hacia la eternidad. El barco ofrecía una amplia variedad de hábitats y había abundante material orgánico: madera de la decoración y las cubiertas, algodón y otras fibras vegetales procedentes de tejidos, papel, comida y los cadáveres —en su mayoría, pasajeros de tercera clase— que habían quedado atrapados en el barco o que se habían hundido al carecer de chalecos salvavidas.
Cuando Robert Ballard exploró el trasatlántico en 1986 no encontró ningún resto humano salvo botas y zapatos, en cuyo curtido se emplearon taninos que los hacen resistentes frente a la putrefacción y el ataque de bacterias. Se han hecho cálculos sobre la velocidad de descomposición que sugieren que cualquier cadáver que quedara en el Titanic habría desaparecido completamente unos 30 años después de su hundimiento.
El casco del buque ofrece refugio a varias especies de peces abisales como el pez cola de rata e invertebrados como crustáceos, crustáceos, esponjas, cohombros, corales, ofiuras y crinoideos y, además, es pasto de la corrosión.
Aunque la corrosión se manifiesta en el Titanic en dos formas, corrosión electroquímica y corrosión biológica, de la segunda es de la que se ha oído hablar más en forma de «bacterias que devoran el acero del Titanic generando ríos de corrosión».
En su forma más básica, la corrosión es un proceso electroquímico por el cual los átomos de hierro transfieren electrones al oxígeno, combinándose entre sí para formar óxido férrico, lo que se conoce comúnmente como óxido o herrumbre. Este proceso se ve favorecido en agua salada porque la sal (cloruro sódico) aumenta la conductividad del agua, permitiendo que haya una circulación de electrones (corriente eléctrica) que acelera el proceso de oxidación. La oxidación también se ve favorecida cuando se deforma el metal debido a que se crean defectos en su estructura cristalina.
El Titanic no está formado únicamente de acero; también tiene otros metales como el cobre, el bronce o el latón (aleaciones de cobre con estaño o zinc, respectivamente). El hierro y el zinc tienen una gran tendencia a ceder electrones (oxidarse) frente a metales como el cobre o el estaño, que tienen tendencia a ganarlos. En presencia de un conductor de electrones como el agua salada, estamos ante otro tipo de corrosión: la corrosión galvánica.
Las formaciones más llamativas de la corrosión del Titanic son las oxidolactitas, carámbanos de óxido con aspecto de agujas que pueden alcanzar varios metros de longitud. Las oxidolactitas forman estructuras anulares porosas, de color marrón rojizo, llenas de canales y espacios por los que puede circular el agua. Los compuestos de hierro en forma de óxidos, carbonatos e hidróxidos (goethita o lepidocrocita) pueden constituir hasta el 35% de su masa; el resto lo forman comunidades de microorganismos como hongos, bacterias del hierro, bacterias reductoras de sulfato, bacterias heterotrópicas aerobias, bacterias desnitrificantes y arqueobacterias. Se estima que al día se convierten en óxido entre 270 y 450 kilos de acero. De hecho, el Titanic se encuentra en una zona con unos altos niveles de oxígeno y salinidad para lo que es la media a esa profundidad que favorecen el proceso.
Aunque se han identificado 27 tipos de bacterias, sólo una ha sido completamente caracterizada: Halomonas titanicae, la «mónada tolerante a la sal del Titanic», aislada por un grupo de investigadores del Departamento de Microbiología y Parasitología de la Universidad de Sevilla, el Centro de Ciencia de Ontario, en Toronto, y el Departamento de Ingeniería Civil de la Universidad de Dalhouse, en Halifax.
Basándose en el ritmo de degradación de la proa, se estima que desaparecerá consumida por la corrosión dentro de entre 280 y 420 años. En la popa, más deteriorada, la velocidad de corrosión va unos 40 años por delante.
Hipotermia
Golpear el agua fue como si un millar de cuchillos se clavaran en el cuerpo y no es de extrañar, dado que la temperatura del agua era de dos grados bajo cero o dos grados por debajo de su punto de congelación.
Los lamentos cesaron por completo hacia las tres de la madrugada, unos cuarenta minutos después del hundimiento. El quinto oficial Lowe, que había distribuido los pasajeros de su bote salvavidas entre otros para regresar a buscar supervivientes, tan sólo consiguió rescatar a tres personas con vida.
El cuerpo humano pierde calor unas 25 veces más rápido en agua que en el aire a esa misma temperatura. El equilibrio térmico, es decir, cuando no hay ganancia ni pérdida de calor, se da en el aire alrededor de los 21 °C y en el agua a 33 °C. A la temperatura a la que estaba el agua cuando se hundió el Titanic (unos dos grados bajo cero), el cuerpo trataría al principio de generar más calor tiritando, pero no sería suficiente para contrarrestar el enfriamiento. Al descender la temperatura del cuerpo por debajo de los 35 °C, empezarían a manifestarse los primeros síntomas como dificultad para hablar y entorpecimiento de los movimientos. A los 15 minutos se produciría la pérdida de consciencia y la muerte sobrevendría a los 45 minutos.
Tratar de nadar empeoraría la hipotermia al perder calor más rápidamente. Lo mismo ocurre tomando bebidas alcohólicas. Como vasodilatador, el alcohol hace que aumente el riego sanguíneo en la piel y las extremidades, con lo que se tiene una sensación momentánea de calor que, en realidad, lo que hace es aumentar su pérdida.
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